Espacio en el que reflexionar sobre cómo hacer la vida un poco más llevadera.

martes, 13 de abril de 2010

Explorarnos hasta curarnos

El otro día estaba charlando con un conocido bastante interesante y me comentó que había tenido lo llamaba un “brote esquizofrénico”; es decir, un pico en su vida suficientemente importante pero no estable en el tiempo como para que fuera considerado enfermo en sí mismo (ver artículo “la importancia de NO etiquetar”). Pues bien, este chico llevaba yendo al psicólogo durante unos cinco años aproximadamente y me contaba que le iba muy bien para descargar, pero que sentía que no avanzaba mucho charlando sobre cosas que no tenían mucho que ver con lo que le causaba angustia en sí mismo,. Parece ser que lo que le causaba tantos problemas era su enorme atracción por una chica, hasta el punto de obsesionarse por ella, y cuando rompieron tuvo una crisis. ¿De qué le servía, pues, ponerse a charlar de cosas tan alejadas para él como su primera relación con una chica o su relación con sus padres? Pues eso, que sus padres pagaban setenta euros cada vez para que su hijo fuera  a “desahogarse”.

Después comenté la conversación que tuve con éste chico con una buena amiga mía, psicóloga, y me dijo que esto servía para que pudiera darse cuenta de que no había aceptado que tenía una mala relación emocional con su madre. Y es muy probable que así fuera. Pero por una parte, mi amiga se estaba haciendo un esquema mental de la cabeza de este chico –es decir, estaba aventurando una hipótesis-. Y por otra, si este problema con su madre existe, ¿de qué le sirve a él para superar el problema que le preocupa? Me dijo que tenía que aceptar su problema con su madre, pero una vez aceptado, de qué sirve eso, ¿cómo se aplica eso de una forma práctica para poder ayudarle a seguir? ¿Cómo puede esto ayudar a mi conocido a solucionar el problema que le preocupa?


Más allá de si se puede aplicar en este caso concreto o no, esto me dejó con un signo de exclamación en mi cabeza. Realmente, la media de vida en España qué está, ¿entre los setenta  y ochenta años? ¿Realmente estoy dispuesto a invertir, pongamos, 7 años de mi vida (no es una cifra tan descabellada, créanme) en profundizar en lo más profundo de mí para intentar resolver un problema en mi vida, y que nadie me asegura que así se podrá resolver? Realmente, pensé, algunas veces no hace falta ir tan lejos para resolver algunos problemas o trastornos, llámenlo como quieran.


Si me permiten comparar el problema con las matemáticas, ¿para qué pretender resolver una multiplicación mediante las integrales si simplemente con la tabla de multiplicar funciona? Muchas veces, con la mejor de las intenciones, nos embarcamos a intentar resolver problemas con el máximo de variables posibles sin ni tan siquiera darnos cuenta de que algunas de ellas quizás no son significativamente influyentes para resolverlo, o al menos para la persona que los sufre.


Y se dirán “ya, bueno, pero entonces no se resuelve la totalidad de sus problemas”. Para explicar mi punto de vista usaré otra metáfora. Esta persona lo que me dice es: “yo llevo el coche al mecánico porque le chirría la dirección cuando tomo una curva y el mecánico me ha reparado el eje del coche. Ya no chirría, pero lo hará, porque sólo lo ha reparado pero no cambiado, de modo que recaerá”. Pero el coche es un montón de piezas estáticas, que no aprenden. La persona es dinámica, se relaciona con su entorno y aprende. Así pues, si a la persona le “reparamos” una pieza (o preocupación) que le crea un problema, mediante el aprendizaje que haga de tal situación habrá adquirido la fuerza necesaria para poder repararse de forma que pueda conducir a lo largo de su vida de una forma satisfactoria.



Joan Sorribes Cabrerizo

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