Espacio en el que reflexionar sobre cómo hacer la vida un poco más llevadera.

lunes, 26 de abril de 2010

Tiempo: ¿Puede haberlo con un bebé en casa?

Es normal que, con la llegada de un nuevo miembro de la familia, todo cambie. Los bebés requieren un cuidado especial, costoso ya no sólo a nivel económico, si no en cuanto a energía personal. Si a esto le añadimos que la sociedad en la que vivimos apenas nos deja tiempo para nosotros mismos, el panorama no es muy alentador. 

Lo que nos encontramos pues es a una pareja que, a raíz de la llegada de su primer hijo (ni hablemos del segundo) deja de serlo para convertirse en padres. El cambio es inevitable hasta cierto punto pues, cierto es que se han convertido en padres de una criatura, lo que no podemos dejar que ocurra es que cambiemos un status (pareja) por otro (padres) cuando ambos son del todo compatibles entre sí. De hecho muchas parejas dejan de lado el cariño (o cualquier apelativo cariñoso que utilizasen), para empezar a llamarse papá y mamá respectivamente. No digo que no deba hacerse, sólo que se corre el riesgo de empezar a ver al otro como la madre/padre de tu hijo, en lugar de cómo tu pareja. Como digo, si os gusta llamaros así y os funciona. Ok.
Lo realmente importante es mantener un espacio para dejar de ser mamá y papá y poder volver a ser una pareja. Así pues, es importante que, en la construcción de la nueva familia, tengamos un tiempo para ser todos una familia, tiempo para ser sólo una pareja y tiempo para ser uno mismo.
Debemos procurar, en la medida de lo posible, cultivar las tres áreas. La primera para mantener la unidad familiar, la segunda para mantener a la pareja con una buena salud emocional y la tercera para seguir alimentando la individualidad.

¿Cómo lo hacemos? En éste punto me gustaría que dijerais vuestra opinión, pues está claro que las circunstancias de cada uno son distintas y vuestras aportaciones pueden ayudar a quien nos lea. Dejádme que empiece yo con algunos ejemplos.
 

Podeis dejar al niño con los abuelos una noche y salir a cenar o al cine como cuando erais     novios. (sí, dejarlo con tu hermana también vale) 

Podeis aprovechar que el niño se acuesta pronto para preparar una noche romántica. (sé que estáis cansados, pero el esfuerzo vale la pena. Además no digo que tengas que hacerlo todas las noches, pero una vez al més tampoco es tanto y mejorará mucho vuestra relación.)

      Buscad los momentos que tengais más oportunos para disfrutar mutuamente como pareja.  

      En cuanto a cultivar el tiempo para uno mismo… Es relativamente sencillo.

      No hace falta que sean dos horas cada día. Tal vez te baste con diez minutos, o el tiempo de sentarte a oscuras con una copade vino y algo de buena música que te relaje. Haz algo que te guste hacer, un hobby, que sea tuyo y que se adecue a tus horarios. El día tiene 24 horas, y es cierto que hay que repartirse, pero la semana tiene 168 horas, no me digas que no puedes encontrar algún momento para hacer algo que realmente te guste.
       
        ¿Qué podríais hacer vosotros para recobrar la ilusión de ser novios de nuevo?

        Sigue leyendo...

        martes, 13 de abril de 2010

        Explorarnos hasta curarnos

        El otro día estaba charlando con un conocido bastante interesante y me comentó que había tenido lo llamaba un “brote esquizofrénico”; es decir, un pico en su vida suficientemente importante pero no estable en el tiempo como para que fuera considerado enfermo en sí mismo (ver artículo “la importancia de NO etiquetar”). Pues bien, este chico llevaba yendo al psicólogo durante unos cinco años aproximadamente y me contaba que le iba muy bien para descargar, pero que sentía que no avanzaba mucho charlando sobre cosas que no tenían mucho que ver con lo que le causaba angustia en sí mismo,. Parece ser que lo que le causaba tantos problemas era su enorme atracción por una chica, hasta el punto de obsesionarse por ella, y cuando rompieron tuvo una crisis. ¿De qué le servía, pues, ponerse a charlar de cosas tan alejadas para él como su primera relación con una chica o su relación con sus padres? Pues eso, que sus padres pagaban setenta euros cada vez para que su hijo fuera  a “desahogarse”.

        Después comenté la conversación que tuve con éste chico con una buena amiga mía, psicóloga, y me dijo que esto servía para que pudiera darse cuenta de que no había aceptado que tenía una mala relación emocional con su madre. Y es muy probable que así fuera. Pero por una parte, mi amiga se estaba haciendo un esquema mental de la cabeza de este chico –es decir, estaba aventurando una hipótesis-. Y por otra, si este problema con su madre existe, ¿de qué le sirve a él para superar el problema que le preocupa? Me dijo que tenía que aceptar su problema con su madre, pero una vez aceptado, de qué sirve eso, ¿cómo se aplica eso de una forma práctica para poder ayudarle a seguir? ¿Cómo puede esto ayudar a mi conocido a solucionar el problema que le preocupa?


        Más allá de si se puede aplicar en este caso concreto o no, esto me dejó con un signo de exclamación en mi cabeza. Realmente, la media de vida en España qué está, ¿entre los setenta  y ochenta años? ¿Realmente estoy dispuesto a invertir, pongamos, 7 años de mi vida (no es una cifra tan descabellada, créanme) en profundizar en lo más profundo de mí para intentar resolver un problema en mi vida, y que nadie me asegura que así se podrá resolver? Realmente, pensé, algunas veces no hace falta ir tan lejos para resolver algunos problemas o trastornos, llámenlo como quieran.


        Si me permiten comparar el problema con las matemáticas, ¿para qué pretender resolver una multiplicación mediante las integrales si simplemente con la tabla de multiplicar funciona? Muchas veces, con la mejor de las intenciones, nos embarcamos a intentar resolver problemas con el máximo de variables posibles sin ni tan siquiera darnos cuenta de que algunas de ellas quizás no son significativamente influyentes para resolverlo, o al menos para la persona que los sufre.


        Y se dirán “ya, bueno, pero entonces no se resuelve la totalidad de sus problemas”. Para explicar mi punto de vista usaré otra metáfora. Esta persona lo que me dice es: “yo llevo el coche al mecánico porque le chirría la dirección cuando tomo una curva y el mecánico me ha reparado el eje del coche. Ya no chirría, pero lo hará, porque sólo lo ha reparado pero no cambiado, de modo que recaerá”. Pero el coche es un montón de piezas estáticas, que no aprenden. La persona es dinámica, se relaciona con su entorno y aprende. Así pues, si a la persona le “reparamos” una pieza (o preocupación) que le crea un problema, mediante el aprendizaje que haga de tal situación habrá adquirido la fuerza necesaria para poder repararse de forma que pueda conducir a lo largo de su vida de una forma satisfactoria.



        Joan Sorribes Cabrerizo

        Sigue leyendo...

        martes, 6 de abril de 2010

        La importancia de NO etiquetar

        Etiquetar significa definir. todos lo usamos para simplificar el mundo en el que vivimos. Es una herramienta útil, ya que, de otro modo, apenas podríamos dar un paso por la calle tal sería la cantidad de elementos que deberíamos analizar, pero a pesar de su utilidad, su uso no está exento de peligros.

        Como he dicho en la introducción de éste artículo, etiquetar es definir una realidad demasiado compleja enmarcándola dentro de unos parámetros más o menos estables. Así pues, decimos que un niño es malo para definir una serie de conductas (aunque éstas, probablemente, no sean las mismas conductas que realiza el niño del vecino, que también es malo)

        A pesar que soy el primero en caer en etiquetajes en mi día a día, no me gustan demasiado y procuro evitarlos en la medida de lo posible. En realidad creo que causan más problemas de los que solucionan aunque muchos son inevitables y los hacemos de un modo del todo inconsciente. Déjenme que siga con el ejemplo del niño y el eres malo, frase que todos habremos usado u oído usar una infinidad de veces, aunque también es válido para cualquier otra situación que se les pueda ocurrir.
        Supongamos que empiezo a decirle al niño eres malo, desde su más tierna infancia como respuesta a una conducta suya que desapruebo. (No entraré a discutir aquí formas de educar a nuestros hijos, aunque si les resulta interesante podemos abordarlo en futuros artículos) Bien, tenemos a un niño que, probablemente, oiga que es malo una media de, mínimo, tres veces al día, veintiuna veces a la semana, ochenta y cuatro veces al mes y mil ocho veces al año. (recordemos que hablamos de mínimos) Puede parecer insignificante cuando lo decimos pero, imaginemos que tenemos a alguien al lado que nos dice que somos unos ignorantes más de mil veces al año. Yo no sé si podría aguantarlo, se lo aseguro y, con total seguridad, empezaría a preguntarme si realmente lo soy o no. Además, es probable que no sólo seamos nosotros quien lo diga, puede que su hermano también, sus abuelos, las vecinas que nos encontramos en el parque, su niñera... Estoy seguro que no lo dirán con mala intención, simplemente se ha convertido, como otras tantas cosas, en una frase hecha.

        Aunque el mensaje que estamos transmitiendo al niño es que ES malo, es lo que oye, puesto que le estamos etiquetando de ello y por tanto, definiendo como tal. El goteo constante de dicha definición repercutirá en él de tal forma que su comportamiento inadecuado (aquello que hacía que le definiéramos como malo, aún a pesar de que, probablemente, tan sólo fueran conductas propias de la edad) empezará a empeorar.
        Es aquello de si me van a culpar de algo de todos modos, al menos que lo hagan con razón.

        El momento de máximo apogeo de lo que digo llega con la adolescencia, situación ya de por sí complicada para toda la familia. Es como si el adolescente les dijera a sus padres: me habéis dicho que soy malo toda mi vida, ahora sabréis lo que es ser malo de verdad.

        Lo curioso es que eso no hace más que confirmar que, en efecto, el chico es malo. Llegados a éste punto, lo más frecuente es que los padres sigan diciéndole lo malo que es (aunque lo digan con otras palabras el mensaje sigue siendo el mismo) lo que hará que el chico se comporte cada vez peor. Es un círculo vicioso, un pez que se muerde la cola que, aunque no lo creamos, empieza desde la más tierna infancia, desde esos inocentes, Ufff, pero mira que es malo, dirigimos a niños de tan sólo dos años.

        Lo mismo ocurre con el resto de nuestra vida. Todo etiquetaje (y cada uno de nosotros llevamos unos cuantos a las espaldas) nos marcará de un modo u otro y determinará nuestra forma de ser en mayor o menor medida. Así pues, el vago tenderá a hacer cada vez menos cosas, el tímido se encerrará cada vez más en sí mismo etc...

        Porque, de algún modo, esa etiqueta que cuelga de nuestra personalidad, no nos permite actuar de otro modo. Es cómo si nos estuvieran dando una excusa para seguir siendo así, para no cambiar. Hago esto o aquello porque, como soy malo, no lo puedo evitar. (aunque la verdad es que sí podemos evitarlo, pero requiere más esfuerzo que hacer aquello que los demás esperan que hagamos) Si los demás esperan que seamos de una determinada
        manera, lo más probable es que acabemos siéndolo, porque el cómo nos ven los demás, termina por ser el modo en que nos vemos a nosotros mismos.

        Josep Parera Escrichs.

        Sigue leyendo...

        viernes, 2 de abril de 2010

        Haberlo vivido

        El sólo hecho de vivir el proceso del enamoramiento representa una experiencia por sí sólo. Haber sido una persona enamorada significa haber puesto a prueba el propio organismo a todos los niveles, lo llevamos a vivir en un mundo desproporcionadamente activado, nos engancha sentirnos de ésta forma. Inyecciones constantes de emociones agitadas procesadas y traducidas a conclusiones totalmente disparatadas, anticipación de vivencia previa a exposición, conducta (a veces) extravagante…. ¡y gratis!


        La experiencia del proceso amoroso es algo muy particular y personal, pero precisamente por ello se convierte a la vez en universalmente enriquecedor. Como todo proceso en la vida, el proceso amoroso consta de sus fases, y si no se trabaja con suficiente creatividad puede acabar por llegar a su fin. Y si encima se trata de la primera pareja más aún se puede absorber. Bajo mi punto de vista, el vaso se puede ver de las dos formas ya conocidas por todos. Mirando éste ya famoso vaso de forma que lo veamos medio vacío, podemos incluso llegar a creer que “he tirado dos años de mi vida con éste/a…. ”; mirándolo medio lleno, en cambio, podemos ver que, como en todo proyecto vital que no tiene el éxito que esperábamos, uno puede elegir sacar algo en positivo.

        En primer lugar, y siempre después de haber pasado por la sanísima y larga etapa de los clínex -en que parece que cada segundo es una losa de plomo que tiene la extraña propiedad de rodearnos de lluvia y oscuridad en la mañana más radiante y calurosa de la primavera-, uno/a puede elegir tomar la iniciativa de cambiar el prisma y darse cuenta de que lo que ha vivido es algo único que nadie más vivirá nunca. Ni tan siquiera la persona con quien compartiera éste proyecto, porque cada persona es única. Y justamente por ello cada uno puede exprimirla a su modo, ver lo positivo que se ha sacado de la vivencia.

        Más allá de los motivos por los que acabase tal o cual relación, uno/a puede además evaluar esta relación de un modo más aislado e interrogarse si la situación vivida le ha hecho feliz mientras la vivía o no. Para ello, y aunque parezca un ejercicio para críos, a veces va bien para ordenar la ideas que circulan hacia uno y otro lado del dilema plasmarlas en una hoja en forma de tabla, parece que ayuda a estructurar la tormenta de ideas que nos sobrevuela sin dejarnos ver el final del túnel.

        Sea cual sea la columna que más peso tenga, seguramente podremos ver que la de cosas que no nos han gustado de la relación no está vacía. Y hay otra máxima en ésta vida que bajo mi punto de vista es muy válida, y es que la culpa de algo nunca la carga una sola de las partes del conflicto. Así pues, cada uno de los puntos que hayamos decidido alinear en la columna de las partes negativas de éste proyecto común podremos leerlo desde dos ángulos distintos, intentando siempre tenerlos claramente diferenciados.

        En primer lugar, podemos pararnos a analizar por qué motivo o motivos no queremos que éste punto se dé en futuras experiencias amorosas. Hacer esto, aunque se vea como un ejercicio sencillo, creo que implica que nos tomemos al menos unos minutos (¡al menos!) para asegurarnos de que éstos son los realmente verdaderos para nosotros, los que, por nuestra forma de ser y de vivir, no estamos dispuestos a aceptar de forma placentera en nuestra vida. Se trata, pues, de ver qué es lo que no queremos y porqué, en resumidas cuentas.

        Por otra parte, podemos también enfocar éstos puntos como algo que está también –en parte- bajo nuestra influencia, algo en lo que tenemos un cierto poder, una cierta capacidad de maniobra. Y es esta parte en la que tenemos una cierta influencia, un cierto poder, la que podemos explotar más. Porque es aquí donde tenemos la capacidad de maniobra. Una buena pregunta reflexiva podría ser “¿qué puedo hacer YO para mejorar éste punto?”. Es aquí donde deberíamos analizar qué estrategias tomar y desarrollar para hacer de nuestra existencia algo mínima y significativamente más placentero para nosotros mismos/as: qué actitudes y conductas podemos adoptar para, sutilmente, prevenir y/o cambiar situaciones y/o circunstancias que nos producen un malestar.

        Como ya se ha dicho –y creo que estaremos de acuerdo-, cada persona es única e irrepetible, y por lo tanto la mayor experta en lo que a su vida y su forma de ser se refiere. Cada individuo es quien deberá sacar sus propias conclusiones e iniciativas para crear evolución positiva en su vida. Pero ¿no es ésta precisamente la parte más seductora y estimulante?

        Joan Sorribes Cabrerizo

        Sigue leyendo...