Espacio en el que reflexionar sobre cómo hacer la vida un poco más llevadera.

jueves, 13 de mayo de 2010

¡No, no y mil veces no!

En épocas pasadas (pero no muy lejanas), en España se prohibían las reuniones de más de tres personas en general. Se prohibía la libre asociación; ¿y qué hacía la gente? ¿Lo adivinan? Cuando nos prohíben algo, por definición, ya algo nos mueve a explorarlo. Quizás por la curiosidad hacia lo desconocido, quizás por el reto de poner a prueba el límite. Nuestra necesidad de expandirnos en nuestro medio para tener una mayor capacidad de relación con éste nos hace poner a prueba los límites que nos rodean, así que si alguien nos pone un límite, ¿por qué no vamos a probarlo? Así pues, buscar aquello que nos es prohibido no tiene porque ser algo tan raro, ¿no? De hecho, hasta puede considerarse una reacción lógica a la prohibición el querer transgredir la limitación impuesta, poner a prueba nuestro entorno y sus limitaciones es, de hecho, algo natural.
Partiendo de la base de que hay personas más proclives a desafiar el límite que otras (cada uno es distinto a todo el resto), podemos estar de acuerdo en que prohibir quizás no sea la mejor forma de comunicarse unos con otros. Vemos, pues, que este estilo de comunicación, que implica una cierta confrontación, no funciona siempre. Así pues, en estos casos en que no funciona, podemos probar alternativas. De hecho, ¿acaso perdemos algo con probar una alternativa a algo que no ha funcionado? El riesgo, creo que estaremos de acuerdo, es bien bajo; hay bien poco que perder.
Pongamos por ejemplo que alguien tiene mucho miedo al fracaso en las relaciones sociales y por compromiso le toca asistir a una: por ejemplo a un bautizo. Me aventuro a pensar que muchas personas, para animar a esta persona le diríamos algo parecido a “oye, ¡no tienes porque sentirte raro por el mero hecho de estar en un bautizo, hombre!”, o algo así como “Pero tú disfruta, suéltate!”. Normal, es lo que lo que creemos mejor para esa persona. Pero es también probable que este golpecito de ánimo en la espalda surta un efecto de menor intensidad de la que ambas personas desearíamos. En su lugar, uno puede probar a plantearle a la persona que es muy probable que se sienta rara; es más, que sería muy normal e incluso saludable que se sintiera incómoda, ya que querer avanzar demasiado en su preocupación queriendo actuar de forma normal podría no ser efectivo, ¡y podría incluso resultar arriesgado para su progreso en ésta! Es factible, pues, que esta persona, cuando asistiera al bautizo en cuestión, perdiera en cierto modo, el respeto o miedo a sentirse incómoda en esta reunión social debido al hecho de que entendería, de forma implícita, esta sensación como algo dentro de la normalidad en su situación en particular. De éste modo, pues, podría previsiblemente suceder que por lo tanto la persona en cuestión dejase de sentirse incómoda para pasar a sentirse algo más relajada, ya que estaría dentro de una franja de normalidad.
No siempre éste planteamiento tiene porque ser útil, pero una vez más, ¿qué perdemos en probar algo nuevo cuando lo que venimos probando hasta el momento no ha dado resultado?

No hay comentarios:

Publicar un comentario